Hogar, dulce hogar
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Significa calor especial, ese calor especial que reconforta cuando lo recibes de frente o el que recibes de unos brazos queridos que te cobijan.
Hasta hace pocos años los pueblos aglutinaban hogares, calores que cobijaban a los vecinos y se dejaban sentir por el olor a humo que exhalaban las chimeneas. Pues la lumbre de hogar constituía el lugar central de la casa, el fundamento en torno al cual se reunían las personas, sentadas en banquetas o en grandes escaños, mientras miraban absortas el consumir de unas brasas o el flamear de una llama. A los pies del fuego, se apilaban pucheros acodalados con trébedes que cocinaban diferentes guisos con una dilación notoria que suponía recreo en su factura. El tiempo, no presionado por aceleraciones, acompasaba esa calma.
Las personas iban a su cobijo esperando resarcirse de los fríos de la calle o buscando la reparación de muchos abatimientos. El fuego en su acción consoladora se ganó ese apego que todavía se recuerda con añoranza en la distancia del espacio o del tiempo. A la luz de la lumbre se leían escritos, se escuchaban relatos y se creaban los cuentos. La fragancia del humo avivaba la imaginación del narrador hasta dar al relato aires de misterio de una realidad trasformada, pero lo que se contaba en un fuego, iba pasando de casa en casa hasta lograr consolidarse en una creencia generalizada. Se amasó así una literatura propia que permanece perdida, barrida junto a las pavesas que los vientos arrastraron de las últimas ascuas. Posteriormente llegaron aires de modernidad y trajeron aparatos extraños, uno de los primeros fueron las cocinas de gas que reducían el tiempo de cocción de los alimentos. Así se apagaron los fuegos, los humos y sus olores desaparecieron de las calles. Muchos de sus habitantes marcharon a la ciudad, sus imaginaciones también se extinguieron conforme se apagaron los fuegos.Qué fríos quedan los pueblos, qué callados, qué solos.